miércoles, 31 de diciembre de 2014

The Story ain't over.

Un nuevo crepúsculo de otro año que termina. Un nuevo Calendario que se Extingue.

El innegociable avance del tiempo, que ejecuta imparable su procesión perpetua a su ritmo constante, tenazmente, sin esperar a nada ni a nadie, tomándose la libertad de abrir y cerrar etapas en nuestros caminos, haciendo caso omiso a nuestros deseos de detenerse o acelerarse. 






La vida es una ínfima porción de la eternidad cósmica de la que misteriosamente formamos parte, un exiguo fragmento de tiempo que se nos ha dado de forma exclusiva para utilizarlo según nuestro criterio. 

El tiempo es esa imperturbable corriente de agua en constante movimiento que agita nuestra consciencia, que nos empapa de recuerdos y que se escapa de nuestras manos cuando intentamos apresarlo. Es un regalo envenenado que vamos malgastando durante toda una vida intentando aprender cómo usarlo racionalmente. 

El tiempo es esa riqueza infinita en el cosmos pero tan escasa para nosotros, y de cuyo valor no somos conscientes hasta que no hemos gastado una buena parte de él. 

Por eso hoy, última noche del año, toca hacer un solemne homenaje al tiempo. Alzar las copas y brindar por el que se marchó para no volver jamás, por el que vendrá con la promesa de ser mejor que el que se fue, y sobre todo, por el presente. Por que él es quien de verdad cuenta. 

Esta noche brindo por que la nostalgia y la promesa no se inmiscuyan en la celebración del ahora. La Felicidad sólo se vive en el presente. 

El tiempo dura toda una vida, pero la vida, sólo dura un instante. 

Un nuevo crepúsculo de otro año que termina. Pero la historia, no se ha acabado. 

FELIZ 2.015

viernes, 19 de diciembre de 2014

Reflexiones en un día gris. Memorias de un Novelista Emergente (II)

Para aquellos que vivimos a orillas del Mediterráneo, el otoño que nos gobierna y que a punto está de ser relevado, es tradicionalmente una estación gris. Aunque gracias a las mediáticas teorías acerca del cambio climático y el efecto invernadero, tal vez el otoño se haya convertido en la nueva especie en vias de extinción. Quien sabe... 

Lo cierto es que en estos días lluviosos se hace más que evidente la conexión biológica de nuestra parte espiritual con los elementos de la climatología. No es de extrañar que reaccionemos de algún modo a las vicisitudes del aire que respiramos, mostrando una evidente mimetización de nuestro estado de ánimo con el entorno. Nuestros glóbulos rojos van permanentemente cargados de ese aire que orbita pegado a nuestro planeta, y al que probablemente estemos afectando con los deshechos de nuestro propio progreso. 

Resulta increíble que nos califiquemos como "vida inteligente", cuando en realidad somos una descontrolada y arrogante panda de ignorantes que al igual que muchos animales en su estado racional primigenio, defecamos en nuestra propia agua y en nuestro propio aire que tan necesarios nos son para vivir. ¿Es eso un signo de inteligencia? Evidentemente, no lo és. 

Y la definitiva muestra de que esta civilización está irremediablemente condenanada al más estrepitoso de los fracasos es que cuando alguien eleva una voz para denunciar estos hechos, enseguida queda ahogada por el desprecio y las descalificaciones de quienes perpetúan los más terribles atentados contra nuestro ecosistema en nombre del bienestar general. 

Sin embargo, la Tierra tiene paciencia. Tiene más de cinco mil millones de años. Nosotros, apenas unos cien mil. La Tierra ha bailado alrededor del sol más de cinco mil millones de veces antes de que nosotros llegáramos. Resulta irreverente pensar que vamos a destruir el planeta. Las especies han eclosionado y han sucumbido desde los albores de la vida hasta la actualidad a través de interminables eras geológicas, sucediéndose entre constantes cambios climáticos y biológicos. Para la Tierra, no somos más que un ridículo parásito que a veces le provoca un pequeño picor y que del mismo modo que un dia misteriosamente llegó, desaparecerá irremediablemente. La cuestión es, ¿qué habrá despues?

Así pues, somos un enjambre de insectos atrapados en una cúpula de gas que viajan por el espacio a velocidad endiablada. Una casual sucesión de escudos magnéticos nos protege de las radiaciones y de las tormentas solares. Y sin embargo, a pesar de nuestra insignificante verdad y del delicado equilibrio que nos sostiene, vivimos con unos aires de grandeza y superioridad que nos creemos los amos de este universo inabarcable. 

Pero eso sí; somos "vida inteligente". 

Pues he aquí mi homenaje al deseo de que más allá de nuestra conciencia inconsciente, la vida haya conseguido en algún remoto rincón de este universo, llegar a perpetuarse con la suficiente inteligencia como para desentrañar todos y cada uno de los misterios de este cosmos infinito. Ojalá algún día, nuestras futuras generaciones tengan a su alcance la sabiduría necesaria para encontarlas y compartir esos conocimientos. 

Por desgracia, creo que si eso sucediera ahora, sería como para nosotros, descubrir una nueva especie de insectos. Sólo que en ese remoto caso, nosotros seríamos la especie estudiada. 

Ya lo dijo Arthur C. Clark: 

" Existen dos posibilidades: que estemos solos en el universo, o que no lo estemos. 
Ambas son igual de terroríficas"





jueves, 11 de diciembre de 2014

La Soledad del Corredor de Fondo: Memorias de un Novelista Emergente (I)


El Calendario de la Extinción, mi primera novela, se puso a la venta en Amazon el pasado 20 de octubre de 2014. Supongo que fue ese el día inaugural, el día que se asentó la primera piedra del camino. El dia que empecé a correr en solitario mi particular maratón.

Remontémonos unos 13 meses antes. En los albores del otoño de 2013, la oficina del Registro de la Propiedad Intelectual recibia el manuscrito de la que pensé seria mi primera novela. Cumplido con éste trámite, no esperé para comenzar a compartir con el gremio literario profesional mi alegría por haber acabado esa primera novela. Totalmente consciente del complicado momento por el que el mundo estaba pasando (no muy distinto al actual), me esforcé a conciencia en preparar propuestas editoriales personalizadas para tratar de contagiar al menos, una porción de mi entusiasmo, con la humilde pretensión de generar algo de interés. 

Poco tiempo tardé en comprobar que el interés germina de manera contundente, rápida y eficaz cuando se le acompaña de estímulos que alientan la perspectiva de la obtención de un beneficio óptimo y plausible en el corto plazo. Esto se consigue adjuntando a la propuesta un elaborado currículum como escritor donde el apartado de ventas destaca por encima de la media. Si por el desafortunado hecho de ser un escritor novel no puedes aportar este currículum, entonces hay que acudir a alternativas tales como disponer del aval de un padrino que pueda abrir por ti esas puertas. En el caso de no disponer tampoco de esta opción, ya sólo cabe recurrir a la llave que consigue abrirse paso ante todo aquello que es material: el dinero. 

¿Y qué ocurre si tampoco tienes dinero? 

En mi caso, ninguna de esas tres opciones se daban. Así que si queria seguir adelante con mi intención de publicar, y no podia invertir en ello mi paupérrimo patrimonio, me veía en la obligación de tener que ser, además de escritor, corrector, maquetador, ilustrador, editor, agente literario, distribuidor y librero. 

Tener que hacer todo eso con una novela de setecientas páginas se me antojó poco menos que tener que escalar el Everest. Si ya me supera el hecho de recorrer los setecientos metros que separan mi casa de la estación del tren, con un ligero desnivel del diez por ciento y a una temperatura media invernal de entre cuatro y seis grados positivos, lo de conquistar el techo del mundo lo descarté aún más rápido que inmediatamente. Así que, para zambullirme en el enigmático mundo de la autoedición, decidí lanzarme con algo menos espinoso: una novela corta, de unas cien páginas como máximo, una trama simple pero intensa... y a ver cómo va. Y como quien no quiere la cosa, me plagio a mí mismo inventándome una historia extraída de otra historia previamente inventada por mi.

Tras cuatro semanas escribiendo y seis corrigiendo, nuevamente me dirijo al Registro de la Propiedad Intelectual. Compruebo con espanto que han aplicado una subida de casi el trescientos por ciento a las tasas de inscripción, así que apoquino, y tan pronto tengo mi justificante, me doy de alta en CreateSpace y en Kindle Direct Publishing. Y a los pocos días, la gente ya está comprando la novela. 

"La soledad del corredor de larga distancia" es más que una novela de Alan Sillitoe, que una película de Tony Richardson o que una canción de Iron Maiden. Es una profunda y vasta expresión que define a la perfección la sensación de aquel que afronta un reto sin más apoyo que el de su propio ímpetu, su propia determinación. Publicar uno mismo sus textos en una plataforma global es como iniciar una carrera de fondo en la que la meta ocupa un lugar indefinido en alguna parte. No hay presentaciones, no hay promoción, no hay librerías que exhiban ejemplares de tus criaturas ni agentes ni editores que publiciten y alaben tus gestas, ni tampoco hay periodistas que te llamen pidiéndote una entrevista... Tu libro y tú emprendeis una carrera en solitario para poner a prueba todo aquello que un día te lanzó a escribir con pretensiones. 

Diferencio apoyo de ánimo y de ayuda, pues por fortuna, no me ha faltado quien ha ido ofreciendo su aliento dedicándome cariñosos halagos y tendiéndome su mano invirtiendo en la adquisición de mi novela por el simple hecho de ser mía, que me pide una dedicatoria y que la comparte con sus amistades. Me considero priviliegiado por haber podido calmar la sed del éxito bebiendo unos sorbos de esta incalculablemente valiosa fuente de cariño por parte de aquellos a los que, para poder llegar a agradecerles todo el estímulo proporcionado, tendré que vivir mil y una vidas. 

Pero ahora soy un corredor de fondo en mitad de una maratón. Estoy en medio de un populoso pelotón de atletas, todos marchando a paso atemperado. Algunos van de la mano, otros se van propinando codazos. Algunos han sido puestos en la vanguardia por alguien que no confía en sus méritos pero sí en su nombre. Hay quienes corren por otros. Algunos pagan para avanzar, otros consiguen progresar espoleados por el reconocimiento a su talento. Los que te animan y te ayudan están en la orilla, aplaudiendo y jaleando tu nombre cuando te ven pasar a su altura. Pero ellos no pueden llevarte en volandas. A veces, alguien abduce a uno de los corredores y lo pone al frente. Muchos corredores se retiran. Otros muchos se incorporan. Yo sigo corriendo. No se en qué posición voy, ni cuantos tengo por delante, seguro que muchos más que por detrás...

Pero me da igual. 

Me pongo los auriculares de la indiferencia y me aíslo del tumulto, dejándome llevar por el influjo de la omnipresente inspiración de la música. Me coloco las gafas opacas de la displicencia para que la visión de la realidad no obstaculice los diseños de mi imaginación. Y continúo corriendo, pero sólo contra mis retos y mis propósitos. Mi próxima meta será la siguiente novela. Y después de ésta, otra más. Y así, hasta que un día deje de correr, bien por decisión propia o bien porque así ha de ser. 

En definitiva, cuando logramos aislar la maliciosa influencia de la vanidad, dejamos de mirar a los lados, fijamos la vista al frente, y entonces comenzamos a disfrutar del camino. Ya lo decía Machado: 

Caminante, son tus huellas
El camino y nada más.
Caminante, no hay camino,
Se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
Y al volver la vista atrás,
Se ve la senda que nunca
Se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
Sino estelas en la mar.