jueves, 11 de diciembre de 2014

La Soledad del Corredor de Fondo: Memorias de un Novelista Emergente (I)


El Calendario de la Extinción, mi primera novela, se puso a la venta en Amazon el pasado 20 de octubre de 2014. Supongo que fue ese el día inaugural, el día que se asentó la primera piedra del camino. El dia que empecé a correr en solitario mi particular maratón.

Remontémonos unos 13 meses antes. En los albores del otoño de 2013, la oficina del Registro de la Propiedad Intelectual recibia el manuscrito de la que pensé seria mi primera novela. Cumplido con éste trámite, no esperé para comenzar a compartir con el gremio literario profesional mi alegría por haber acabado esa primera novela. Totalmente consciente del complicado momento por el que el mundo estaba pasando (no muy distinto al actual), me esforcé a conciencia en preparar propuestas editoriales personalizadas para tratar de contagiar al menos, una porción de mi entusiasmo, con la humilde pretensión de generar algo de interés. 

Poco tiempo tardé en comprobar que el interés germina de manera contundente, rápida y eficaz cuando se le acompaña de estímulos que alientan la perspectiva de la obtención de un beneficio óptimo y plausible en el corto plazo. Esto se consigue adjuntando a la propuesta un elaborado currículum como escritor donde el apartado de ventas destaca por encima de la media. Si por el desafortunado hecho de ser un escritor novel no puedes aportar este currículum, entonces hay que acudir a alternativas tales como disponer del aval de un padrino que pueda abrir por ti esas puertas. En el caso de no disponer tampoco de esta opción, ya sólo cabe recurrir a la llave que consigue abrirse paso ante todo aquello que es material: el dinero. 

¿Y qué ocurre si tampoco tienes dinero? 

En mi caso, ninguna de esas tres opciones se daban. Así que si queria seguir adelante con mi intención de publicar, y no podia invertir en ello mi paupérrimo patrimonio, me veía en la obligación de tener que ser, además de escritor, corrector, maquetador, ilustrador, editor, agente literario, distribuidor y librero. 

Tener que hacer todo eso con una novela de setecientas páginas se me antojó poco menos que tener que escalar el Everest. Si ya me supera el hecho de recorrer los setecientos metros que separan mi casa de la estación del tren, con un ligero desnivel del diez por ciento y a una temperatura media invernal de entre cuatro y seis grados positivos, lo de conquistar el techo del mundo lo descarté aún más rápido que inmediatamente. Así que, para zambullirme en el enigmático mundo de la autoedición, decidí lanzarme con algo menos espinoso: una novela corta, de unas cien páginas como máximo, una trama simple pero intensa... y a ver cómo va. Y como quien no quiere la cosa, me plagio a mí mismo inventándome una historia extraída de otra historia previamente inventada por mi.

Tras cuatro semanas escribiendo y seis corrigiendo, nuevamente me dirijo al Registro de la Propiedad Intelectual. Compruebo con espanto que han aplicado una subida de casi el trescientos por ciento a las tasas de inscripción, así que apoquino, y tan pronto tengo mi justificante, me doy de alta en CreateSpace y en Kindle Direct Publishing. Y a los pocos días, la gente ya está comprando la novela. 

"La soledad del corredor de larga distancia" es más que una novela de Alan Sillitoe, que una película de Tony Richardson o que una canción de Iron Maiden. Es una profunda y vasta expresión que define a la perfección la sensación de aquel que afronta un reto sin más apoyo que el de su propio ímpetu, su propia determinación. Publicar uno mismo sus textos en una plataforma global es como iniciar una carrera de fondo en la que la meta ocupa un lugar indefinido en alguna parte. No hay presentaciones, no hay promoción, no hay librerías que exhiban ejemplares de tus criaturas ni agentes ni editores que publiciten y alaben tus gestas, ni tampoco hay periodistas que te llamen pidiéndote una entrevista... Tu libro y tú emprendeis una carrera en solitario para poner a prueba todo aquello que un día te lanzó a escribir con pretensiones. 

Diferencio apoyo de ánimo y de ayuda, pues por fortuna, no me ha faltado quien ha ido ofreciendo su aliento dedicándome cariñosos halagos y tendiéndome su mano invirtiendo en la adquisición de mi novela por el simple hecho de ser mía, que me pide una dedicatoria y que la comparte con sus amistades. Me considero priviliegiado por haber podido calmar la sed del éxito bebiendo unos sorbos de esta incalculablemente valiosa fuente de cariño por parte de aquellos a los que, para poder llegar a agradecerles todo el estímulo proporcionado, tendré que vivir mil y una vidas. 

Pero ahora soy un corredor de fondo en mitad de una maratón. Estoy en medio de un populoso pelotón de atletas, todos marchando a paso atemperado. Algunos van de la mano, otros se van propinando codazos. Algunos han sido puestos en la vanguardia por alguien que no confía en sus méritos pero sí en su nombre. Hay quienes corren por otros. Algunos pagan para avanzar, otros consiguen progresar espoleados por el reconocimiento a su talento. Los que te animan y te ayudan están en la orilla, aplaudiendo y jaleando tu nombre cuando te ven pasar a su altura. Pero ellos no pueden llevarte en volandas. A veces, alguien abduce a uno de los corredores y lo pone al frente. Muchos corredores se retiran. Otros muchos se incorporan. Yo sigo corriendo. No se en qué posición voy, ni cuantos tengo por delante, seguro que muchos más que por detrás...

Pero me da igual. 

Me pongo los auriculares de la indiferencia y me aíslo del tumulto, dejándome llevar por el influjo de la omnipresente inspiración de la música. Me coloco las gafas opacas de la displicencia para que la visión de la realidad no obstaculice los diseños de mi imaginación. Y continúo corriendo, pero sólo contra mis retos y mis propósitos. Mi próxima meta será la siguiente novela. Y después de ésta, otra más. Y así, hasta que un día deje de correr, bien por decisión propia o bien porque así ha de ser. 

En definitiva, cuando logramos aislar la maliciosa influencia de la vanidad, dejamos de mirar a los lados, fijamos la vista al frente, y entonces comenzamos a disfrutar del camino. Ya lo decía Machado: 

Caminante, son tus huellas
El camino y nada más.
Caminante, no hay camino,
Se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
Y al volver la vista atrás,
Se ve la senda que nunca
Se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
Sino estelas en la mar.





No hay comentarios:

Publicar un comentario