viernes, 30 de mayo de 2014

Espectros en un Mundo de Cemento


No es necesario mas que un simple y minúsculo instante a partir del cual, de repente e inesperadamente, tu vida cambia para siempre.


Barcelona, 8 de octubre de 2.012.


Con pesaroso caminar avanzaba sobre el asfalto húmedo frente a los susurrantes motores que al ralentí aguardaban la señal de la luz verde esférica. Estos rugieron a su espalda mientras él, ajeno a cuanto transcurría a su alrededor, ensimismado en su propio universo, proseguía dejándose llevar como un autómata dirigido desde un plano superior a través de los ordinarios senderos de su rutina. 

En días como aquel, veía su mundo pintado con los mismos tonos monocromáticos con los que el cielo se mostraba con las primeras luces del alba. 

En días como aquel, le suponía un esfuerzo ciclópeo luchar para doblegar las derrotistas sensaciones que le empañaban su visión del sentido de la vida. 

En días como aquel, solía creer que su cuerpo avanzaba como un caminante vacío de espíritu hacia su lugar dentro del perfecto engranaje que movía el mundo. 

En días como aquel, se sentía como el minúsculo fragmento de un puzzle de infinitas piezas en el que sobrevivía a costa de ahogar su libertad, siendo parte de un plan concebido al margen de su voluntad.  

En días como aquel, sentía que no era más que un Espectro en un Mundo de Cemento




Como cada día al final de su habitual trayecto, se dejaba engullir por el mismo monstruo de hormigón, hierro y cristal que le elevaría hasta sus entrañas, donde permanecería atrapado durante las siguientes horas, sentado frente a una pantalla conectada a aquel maldito universo virtual que como cada jornada, le monopolizaría los sentidos inundándole de datos, cifras, gráficas y estadísticas.

Como cada día, miles de seguidores desde el otro lado de las pantallas, aguardaban atentos a leer sus crónicas sobre los mercados de capitales, intentando adivinar cuál sería su caprichoso comportamiento y así disponer las piezas sobre el tablero, tratando de satisfacer sus ansias de avaricia.

Pero desde hacía un tiempo, empezaba a germinar en su interior la semilla de la certeza de que los acontecimientos que regulaban el viaje de la riqueza, no eran casuales. La puesta en práctica a través de los años de todo el conocimiento que había ido adquiriendo, le había llevado hasta la conclusión de que aquellos mercados estaban cada vez más manipulados

Cómo le hastiaba creerse un tonto a merced de los grandes embaucadores que, ostentando el poder conferido por sus privilegiados conocimientos, orquestaban según sus arbitrarios criterios las melodías al son de las que el mundo debía bailar.




En días como aquel, vertía gran parte de sus esperanzas sobre aquel primer café, esperando que la cafeína acelerara su torrente sanguíneo devolviéndole una parte de aquella vitalidad de la que antaño gozaba. 

Quizá antes, cuando no era más que un crío ambicioso recién salido de la facultad dispuesto a devorar el mundo, era más feliz. 

Sin duda, en aquella época gozaba de la felicidad absoluta, de creer que lo sabía todo sin saber que estaba viviendo en la más completa ignorancia. 

La rutina le abocaba a una apatía impropia de la personalidad despierta y curiosa que había exhibido en sus años académicos. Y aunque se alejaba de las creencias sobre teorías conspiraniocas, no dejaba de ver a menudo cierta intención manipuladora en los medios de comunicación. 

No defendía, pero tampoco negaba, la posibilidad de que desde alguna estancia superior, nos estuvieran susurrando al oído para adormecer el dolor de la consciencia de vivir en un estadio de esclavitud e ignorancia. 




Pero, ¿y si un día, un anónimo desconocido estimulara tu atención abriendo una pequeña ventana en tu pantalla, a través de la cual te hiciera llegar un misterioso mensaje?

¿Y si ese misterioso mensaje te llevara hasta una carta en la que se hallara escrita una sobrecogedora profecía? 

¿Y si esa profecía se cumpliera al día siguiente, provocando que los cimientos en los que se asienta toda la verdad que conoces se desmoronaran, abriendo ante ti una perturbadora revelación?

Y a partir de entonces, concluyes que:

       Puede que tan solo seamos los restos del código genético de una especie en extinción.

      Puede que estemos contando los primeros días del fin de nuestro tiempo.

      Puede que tan solo seamos el último eco de una civilización que se marchita.


En ocasiones, no basta más que un pequeño gesto, un insignificante acto, un efímero instante, para que tu vida dé un inesperado y sorprendente giro.

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