martes, 24 de junio de 2014

Sueña siempre conmigo...


El crepúsculo dorado perfilaba las parsimoniosas aguas del mar Mediterráneo con un brillante color áureo, centelleando como miles de luciérnagas que, posadas en la superficie, se dejaban mecer dulcemente por una ligera y cálida brisa que ascendía desde el sur. La luz anaranjada del Sol se iba marchitando mientras la gran esfera estelar besaba la línea del horizonte, para lenta y pausadamente cubrirse con el manto de las aguas marinas sobre las que penosamente, se deslizaba el lento y amazacotado velero. La luna llena, ya asentada en su trono del cielo, contemplaba la solitaria figura de la joven que se erguía sobre la cubierta. Ignoraba la bella imagen del ocaso que se exhibía a su derecha. Apoyada sobre la barandilla de estribor, oteaba absorta la línea que dividía el cielo y el mar, allá donde deberían hallarse las costas de Alejandría.

Vestida con ricas y engalanadas telas de tonos turquesa y lapislázuli, las lágrimas manaban de sus definidos ojos azulados, perlando su bello y blanquecino rostro semioculto por un velo cuya trasparencia permitía distinguir el contorno de sus carnosos labios. Pero su cara de tristeza no lograba encubrir su sobrenatural belleza. Anaelle estaba en la flor de una adolescencia dulce y a la vez trágica. Siempre supo que su destino le reservaba un camino difícil no exento de dolor y sufrimiento. Pero no fue consciente de la profundidad de esa aflicción hasta que arrancaron a Roger de su lado. Desde entonces, un leve pero agudo dolor en su pecho se manifestaba en cada latido de su corazón. 


Desde que partiste, 
navego en un océano de lágrimas.
Desde que desapareciste,
una grieta se ha abierto en mi alma. 


Fue como si le clavaran una daga entre sus menudos pechos. Un dolor que le hizo doblegarse al mismo tiempo que le sobrevenían extrañas visiones de muerte, dolor y sufrimiento. Al alzar la mirada, el horizonte se había pintado con el color rojo oscuro de la sangre derramada.

En su garganta se iba formando un nudo de angustia, mientras que sentía como en su alma empezaba a crecer un doloroso vacío. Un extraño y fétido aroma de misteriosa procedencia le causó un mareo que le obligó a aferrarse con fuerza a la barandilla para no caer desplomada. Cerró los ojos tratando de recuperar su equilibrio pero sintió como si su cuerpo se precipitara a un oscuro pozo de soledad. 

Entonces en su mente, se manifestó la imagen de su amado Roger. Sonriente, le tendía la mano para tomar la suya y besarla dulcemente. En su infinita mirada azulada se expresaba la amarga imagen de la despedida. Su voz resonó con eco reverberado en su interior. Su espíritu luminoso se fue poco a poco difuminando para fusionarse con un estrellado y luminoso cielo.



Anaelle volvió en sí. Se encontró sola, en profundo y completo silencio. Observaba como la brisa mecía suavemente sus vaporosas telas. Rompió a llorar ruidosa y amargamente cayendo de rodillas sobre la madera húmeda de la cubierta. Al cabo de unos instantes, levantó la mirada. La noche había teñido el cielo con un luminoso manto de estrellas entre las cuales, una relucía especialmente sobre las demás con un extraño tono azulado. Poco a poco se incorporó sin dejar de mirarla. La luz que irradiaba la hechizó misteriosamente sintiendo como de forma sobrenatural llegaba hasta los mas oscuros rincones de su alma. Entonces volvió a sentir su presencia. Emocionada, se llevó ambas manos al pecho. Le olía. Le sentía...

Ahora serás la estrella azul
que en las noche guiará mi alma. 

Tu luz iluminará mi esperanza 
y apaciguará la pena que mi espíritu siente.

Y en mis sueños, 
estaremos juntos...
para siempre.

La Hermandad del Venetto - Un pasaje robado de la imaginación de un personaje...

2 comentarios:

  1. Hola, llegué a tu blog porque te gustó uno de mis relatos en Falsaria. Acabo de leer esta entrada y me gusta mucho, es una descripción muy onírica.

    Mucho éxito.

    Saludos.

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    1. Muchas gracias, Julieta. Estas invitada a pasearte y continuar leyendo.

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